2. El diseño de interacción como práctica sociocultural

2.1. El valor social del diseño de interacción

El ser humano ha ido transformando progresivamente su hábitat gracias a procesos de interrelación con el entorno. La concurrencia de las capacidades cognitivas y las habilidades de las personas ha facilitado la aprehensión, la comprensión y el conocimiento del entorno en el que desarrollan sus actividades. Los individuos, utilizando los componentes y recursos disponibles en cada momento, procesan la información que perciben para adecuar, transformar y construir sus espacios cotidianos. Este proceso es la fuente que proporciona los datos necesarios para que los individuos asignen significado a las cosas.

Los sistemas de adaptación y de apropiación del entorno inmediato tienen, inicialmente, un objetivo primordial: satisfacer las necesidades humanas, individuales y colectivas. Una vez superada la inmediatez del momento, las acciones se regularizan y organizan para constituir categorías de carácter sociocultural. Estas categorías constituyen un sistema de referencia para las diversas tipologías de actividades humanas, y suelen compartirse con los demás en forma de pautas o normas.

Las normas o pautas establecidas y aceptadas regulan la convivencia y, junto con los sistemas de aprendizaje y de comunicación, facilitan el intercambio de información y de conocimientos. Estas instituciones son la base para simbolizar las expectativas comunes y para generalizar una determinada concepción del mundo. Esta estructura compartida, basada en el conocimiento y la colaboración entre individuos, ha permitido planificar la transformación del mundo. Por esta razón, se puede afirmar que el Homo sapiens es, principalmente, un Homo activus, un individuo que actúa en el medio en el que vive, lo transforma y lo adecúa a sus intereses socioculturales (Gondomar, 2018).

La manera en que los individuos intervienen en el entorno y los elementos que utilizan para transformarlo permite distinguir las principales dimensiones de interacción social: el entorno natural, el entorno urbano o artificial, y el «tercer entorno», un entorno digital o tecnológico (Echeverría, 1999). En cada una de las dimensiones de interacción, se infieren significados que las personas utilizan para conceptualizar su mundo y para exteriorizarlo, determinando cómo y cuándo deben realizar sus actividades. Pero no hay que considerar estas dimensiones de forma aislada, sino como constitutivas del espacio multidimensional en el que los individuos desarrollan sus tareas.

En la dimensión física se establecen relaciones tangibles de carácter somático y sensorial. En esta dimensión se manifiestan claramente las capacidades perceptivas y motoras humanas. Por esta razón, las posibilidades y limitaciones interactivas están directamente condicionadas por los estímulos que los órganos sensoriales son capaces de captar, por el significado que se otorgan a esos estímulos y por la respuesta fisiológica que las habilidades humanas permiten ejercer.

La dimensión política se manifiesta a través de las relaciones socioculturales. Las directrices que rigen las actividades en este entorno, urbano y artificial, están orientadas y delimitadas por los medios utilizados. Por tanto, los procesos de interacción se rigen por los diversos sistemas de comunicación que las personas han codificado para establecer vínculos y compartir una concepción compartida del mundo en el que viven.

En las dimensiones física y política, las interrelaciones están estructuradas a partir de dos componentes presentes en cualquier actividad humana: el espacio y el tiempo. Sin embargo, en la dimensión digital, las innovaciones tecnológicas transforman el sistema de relaciones establecido sobreponiéndose a las limitaciones espacio temporales naturales de los seres humanos, alterado su alcance y su proyección. Los sistemas interactivos que impulsan la sociedad de la información y del conocimiento permiten singularizar contextos que se diferencian de los tradicionales entornos natural y urbano. Para comprender el proceso de comunicación e interacción que se produce en el entorno digitalizado, hay que saber:

  • cómo participan los sistemas sensoriales y psicológicos de las personas;
  • las capacidades y las limitaciones que presentan los medios de comunicación utilizados en la transmisión de datos e información; y
  • cómo el espacio y el tiempo determinan la secuencia de interacción.

Como bien señala Aslaksen:

«[…] las características y la evolución de la sociedad están completamente determinadas por las habilidades humanas y por el comportamiento de los individuos; la sociedad es lo que es porque la hemos configurado así. La tecnología no tiene mente ni voluntad propia».

(2017, pág. 13)

Para entender el contexto interactivo, hay que tener en cuenta los aspectos que regulan la sociedad. En general, la dinámica social se sustenta en el comportamiento de los individuos que se basa, a su vez, en las experiencias previas. El conocimiento adquirido por la experiencia acumulada de las personas constituye su base de acción. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las actividades diarias de las personas se realizan de forma rutinaria o automática, es decir, las personas no se dan cuenta de cómo las realizan. Las actividades se ejecutan en función de unas pautas aprendidas o preconcebidas que se han adquirido por observación de la realidad, por la práctica de habilidades o por educación. Todas ellas configuran un conjunto de patrones o reglas conocidos que fundamentan la experiencia.

Con el tiempo, los procesos de interacción que las personas realizan en su vida habitual, y con todo aquello que les rodea, van cambiando y adaptándose a las nuevas circunstancias. A medida que aumenta la educación, cambian las formas de movilidad, se transforman lenguajes y códigos de comunicación, y aparecen nuevos medios de intercambio de información hay que plantearse cómo se interactuaba y cómo se debe proceder ante las innovaciones que la evolución tecnológica proporciona. La tecnología contribuye decisivamente en estos cambios y tiene una influencia directa sobre la vida diaria, interviene en la forma de pensar, en la manera de proceder y en el modo de comportarse. Como bien remarca Aslaksen, la tecnología está presente, en mayor o menor grado, en las experiencias habituales.


Figura 4. Elementos que participan y configuran el contexto de interacción
Fuente: adaptado de Aslaksen (2017)

La información y las innovaciones tecnológicas que proporciona la sociedad impulsan los cambios en la concepción individual de la realidad (identidad), y en la manera de proceder de las personas (acción). La transformación del comportamiento y su valoración colectiva configuran los patrones de interacción de la sociedad (Aslaksen, 2017).

Las interacciones que las personas realizan en sus entornos habituales son tan variadas y particulares que es difícil encontrar una forma útil de estructurar la información que proporcionan las diferentes maneras de hacer y de entender las actividades interactivas. Por esta razón, el diseño de interacción debe ampararse en métodos y técnicas que permitan obtener la información necesaria para valorar el significado que otorgan las personas al proceso interactivo. Los instrumentos metodológicos que proporcionan las ciencias sociales permiten entender cómo los sistemas y medios digitales se vuelven significativos para las personas, y cómo inciden en sus actividades, pensamientos y concepción del entorno. El empleo de esos recursos ayuda, a los diseñadores y diseñadoras, a proyectar y planificar, con más garantías de éxito, actividades interactivas que las personas usuarias puedan comprender y utilizar.